El relato muestra, de manera burlona, cuán lejos puede llegar la resiliencia de los individuos. Arnaldo, quien entusiastamente cocina un bistec que ha cortado de una de sus nalgas, encarna a ese ciudadano que se le ocurriría cualquier cosa para sobrevivir -para ‘resolver’, como diría un cubano contemporáneo-, salvo pensar en la oposición política. El malestar de la población, nos dice Piñera, no pasa de alarmas colectivas, de esbozos de venganzas y de proferir algunas amenazas. El absurdo de devorar sus propios cuerpos -aunque cómico y exagerado- es una metáfora de cómo los individuos tienden a adaptarse incluso a circunstancias extremadamente adversas. Las carencias no solo hacen más amargas sus miserias cotidianas, sino que los transforman en individuos más indulgentes con respecto a la posibilidad de concebir protestas cívicas.
La resiliencia colectiva, la imposibilidad de hacer valer la ley, la destrucción de los valores culturales y el envilecimiento de las relaciones entre los individuos no pueden disociarse. En el desenfrenado mundo de seres que canibalizan sus propios cuerpos, la ley deja de funcionar. El alcalde del penal se ve imposibilitado de firmar una sentencia porque se ha comido sus propios dedos. Igualmente se estropean las relaciones sociales, como cuando las dos mujeres no consiguen saludarse mediante el beso -a un tiempo cordial y convencional- que correspondía entre dos amigas (ambas habían confeccionado unas deliciosas frituras con sus labios). También las producciones culturales desaparecen. Por amor al arte, el bailarín conservó los dedos de sus pies hasta el último minuto, cuando decidió invitar a sus vecinos para que disfrutaran del evento de consumir los únicos recursos que todavía le quedaban para realizar sus creaciones.
Llama la atención que los personajes de "La carne" no solo no sean capaces de enfrentar el orden imperante, sino que ni siquiera les pasa por la mente la idea de reunirse para emprender una disidencia política. Solo parecen estar enfrascados en resolver las vicisitudes más inmediatas. Este empeño es también – y sorprendentemente- una celebración eufórica. El cuento de Piñera es esencialmente grotesco y carnavalesco.
Pretender que una población empobrecida consiga presionar satisfactoriamente a un gobierno contemporáneo es casi como pedirle peras al olmo. Arnaldo, luego de ingerir el filete sacado -como por arte de magia- de su propia nalga ofrece una “demostración práctica a las masas”. Contó con el beneplácito del Alcalde y con el aplauso de los congregados en la plaza pública. Los personajes de "La carne" parecen estar privados de sus derechos cívicos, sin ser ni siquiera conscientes de que existan dichos derechos. La opresión económica -metafórica y proféticamente expresada en la carencia de la carne- los vuelve políticamente anodinos y serviles.
No es casual que una de las pocas tentativas de lucha cívica -una protesta formal a la autoridad- fuera ensayada por el sindicato de obreros de ajustadores femeninos. La organización vio menguar los niveles de consumo de este artículo, en vistas de que las mujeres se comían sus propios senos. En el cuento, esta organización es la única que ve sus intereses económicos amenazados y los relaciona con el colapso de la iniciativa privada. Los conflictos descritos por Piñera -y tal vez representados en algunos lienzos de Umberto Peña- son más tangibles en el presente. Revelan que el fortalecimiento de la propiedad privada es una de las pocas opciones plausibles que existen para oponerse al poder.
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