El poeta, fotógrafo y
narrador británico Mark Dixon, me permitió traducir este relato con apariencia
de monólogo y publicarlo en mi blog. Me, myselfie and I se publicó inicialmente
en Shanghai Daily, el 27 de noviembre de 2015, bajo el título Me, myselfie and
I: A visitor’s view of the city.

Yo, mi selfie y yo.
Por Mark Dixon,
Nunca me gustaron los selfies. Ni hacerlos, ni que
me los hagan, ni ver cuando alguien los hace.
La más genuina vanidad de los seres humanos queda
expuesta en las fotos que ellos se hacen a ellos mismos. Todo hoy es acerca de
mí, sobre mí mismo y yo, o mejor dicho, yo, mi selfie y
yo. Un selfie debiera llamarse selfiella o serfiél.
Hastiado del creciente ambiente de selfies en
Europa, decidí viajar a Shanghai. Allí descubrí que los selfies se han
llevado a extremos inimaginables. Lo que es una enfermedad en Europa ha
devenido en una epidemia en China. No hay quien tome fotos de los demás. El
smartphone apenas necesita el botón para cambiar de la cámara del frente hacia
la de atrás. La lente solo apunta hacia uno mismo. En Shanghai fui a un café.
Tres jovencitas se sentaron a tomar té. No
se dirigieron la palabra ni un solo instante. Odernaron sus
pasteles y de inmediato empezaron a comunicarse por medio de sus smartphones. Cada
una se dedicó a tomar selfiellas. No sacaron ninguna foto de las otras y
tampoco se avergonzaron por no hacerlo.
Después tomaron fotografías de los pasteles -de sus
propios pasteles, no de los de las otras. Estaban haciendo selfies-comida
y de inmediato las subieron a WeChat, que es la versión china de WhatsApp.
Ni una palabra salió de sus labios, pero los selfiellas y los selfiescosas
volaron por el internet.
Una foto de otra persona se ha convertido en un
artículo coleccionable. Ahora necesitamos una nueva palabra: el no-selfie,
porque lo que antes era la norma ha devenido en una desviación de los nuevos
estándares. Es triste cuando los comportamientos sociales obligan al lenguaje a
revertirse como lo hace la lente de una cámara.
Y las cosas empeoraron. Tan pronto me senté en una
mesa de comer, una amiga china que estaba junto a mí sostuvo su smartphone para
tomar una foto. Yo puse mi brazo sobre mi vecina y la acerqué mí para que apareciera
en la imagen. Y entonces me di cuenta de que del otro lado alguien también la estaba tirando en dirección contraria. “¿Por qué diablos estás posando?”, preguntó la
fotógrafa. “Estamos tomando un selfie”.
En ese momento me percaté de que hay todavía una vanidad
mayor que posar para tu propio selfie y es posar para un otroselfie.
Asombrado y apenado, le dije “parece que has olvidado cómo tomar un otroselfie”. Pero ella ya estaba tirando un nuestroselfie
y yo no estaba en disposición para discutir.
WeChat parece ser el único medio de
comunicación que se usa ahora en Shanghai (la gente no se mira uno al otro, no
habla uno con el otro y ni siquiera se llaman por teléfono). Yo
suelo estar de último en todo, así que tardíamente abrí una cuenta en WeChat.
El lenguaje es frecuentemente de fotos y si te unes a amigos en un grupo, cualquiera
que postea algo lo comparte con los demás. Tuve que escribirle al grupo, “Señores,
por favor, hoy no puedo ver más de un túselfie”.
De hecho, el problema es selfie-perpetuo porque
cuando una joven postea su selfiella, lo hace de un modo competitivo, sintiendo
que es la más bella del planeta, indudablemente soñando con una ronda de selfie-aplausos,
solo para descubrir que su ‘amigo’ ha replicado en cuestión de nanosegundos con
una imagen más bonita que la anterior, lo cual ella interpreta como una forma
de quitársela del medio. Yo hasta recibí un selfie de una mujer que había fotografiado
su cara ante el espejo, con lo cual tuvo que voltear el lente hacia adelante,
tal vez por primera vez en su vida, siguiendo esa práctica ya pasada de moda. A
este tipo de fotos yo las llamo selfie-redundante, a pesar de que me doy
cuenta de que se trata de un adjetivo.
Los selfies también crean confusión en la habilidad
de los seres humanos para reconocerse unos a otros. Hay tantos no-se-parece-a-selfiella
o no-se parece-a-selfiél circulando por ahí que no puedo menos que
preguntarme si la industria de los cosméticos no está detrás de esta moda. Si no
es el maquillaje lo que momentáneamente hace que una persona parezca una no-se-parece-a-selfiella,
entones tal vez se trate del ángulo de la técnica del selfie. Algunas imágenes son totalmente selfie-contradictorias.
No me quejo solo de que las personas estén teniendo relaciones
virtuales, sino que si llegaran a conocerse personalmente, tal vez no logren
reconocerse unas a otras. Los
selfies incluso confunden al fotógrafo. La distorsión de
la realidad ocasionada por la combinación de no-se-parece-a-selfiella y
el ángulo de los selfies puede devenir en un caso de selfie-asombro
cuando alguien está tan acostumbrado a la manera como luce en los selfies que un día se
mira en el espejo y piensa que hay un desconocido en el baño.
Los cambios recientes en la política de tener solo un hijo podrían reducir
los niveles de selfineidad de la próxima generación en China, pero por
lo pronto los selfies parecen haber llegado para quedarse. No debiéramos
culpar con el mismo rasero a todos los que se hacen selfies. Es
necesario entender que existe una jerarquía moral si se quiere profundizar en
la psicología de los selfies. Algunos saben cuán ridículos lucen cuando
se toman una foto de ellos mismos. Son los selfie-concientes e incluso
exhiben sus selfie-dudas. A ellos son los que más respeto o al menos, los
que menos desrrespeto, ya que poseen selfie-control y así se las
ingenian para ceñirse a un mínimo de selfierrespeto.
En el otro extremo están aquellos que son totalmente selfie-confiados,
selfie-satisfechos y selfie-importantes. Ellos exudan selfieconfianza,
selfie-convicción y selfie-estima y tienen demasiado selfie-valor
para su propio bien. Luego están los que usan los selfies como una herramienta
de selfie-promoción y selfie-ascenso. Usualmente son selfie-negadores,
selfie-engañados y selfie-fraudulentos sobre su propia falta de atractivo.
A veces he estado tentado a decirles “Mantengan sus selfies para ustedes”.
Algunos son tan selfie-destructivos con lo que postean que el propio
acto de subir algo a la red se vuelve un selfie-sacrificio, pero ¿quién se
atrevería a decirles la verdad? Y si
alguien lo hiciera, ellos sencillamente se enterrarían a sí mismos en un selfie-victimismo,
mientras contemplan las imágenes que suben online, sin cesar de preguntarse cómo
esas fotos han contribuido a hacer sus vidas tan frívolas.
Después están los que reciben selfie-ayuda. Toman las fotos solo
para consumo personal. Esto no parece hacerlos sentirse mejor. No hay dudas de
que eso es selfie-indulgente y selfie-centrado, pero al menos los
respeto por ser selfie-suficientes. Es cierto que esas personas no les imponen
sus selfies a los demás, pero de hecho son narcisistas, además de vanidosos.
Por último, viene mi categoría favorita: el selfie-rebelde. Al menos
tienen sentido del humor, ya que tratan de tomar malas fotografías de ellos
mismos para compartirlas con sus amigos. Ojalá hubiera más gente como ellos.
En un estado de shock total con este sistema regulatorio de selfies -que obviamente no está funcionando-, regresé a Europa, aliviado de estar fuera
de la selfie-city, con la esperanza de no escuchar nunca más esa maldita
palabra S-. Me puse a caminar por las calles de Londres. Borré WeChat de
mi iPhone. Lamentablemente, mi nuevo
mundo virtual siguió todavía conmigo, como un parloteando y compartiendo imágenes,
hasta el punto de que casi me olvido de dónde estaba: “¿De vuelta en Londres?”,
me preguntó alguien. Me pareció tan natural hacer lo que hice en ese momento. Presioné
un pequeño signo de más, que está al lado del tag de reply, oprimí el
símbolo de la cámara, volteé la lente hacia mí mismo, parado como estaba en una
calle londinense. Hice un clic un par de veces y ya me había contestado la pregunta
con una elocuencia muy superior a miles de palabras. En aquel instante me había
hecho -y había posteado- mi primer selfie. Y me sentí… tan pero, tan encantado!
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