En la
actualidad no suele citarse mucho aquello de “Dentro de la revolución todo,
fuera de la revolución, nada”. Hay muchos motivos para que la frase, tan celebrada
durante décadas, se haya ido convirtiendo en letra muerta. El más llamativo es que
no hay modo de entender qué significa aquello de ‘revolución’. Tampoco podemos saber,
por ende, qué es estar fuera o dentro de dicho proceso. Hay, sin embargo,
un referente que, de un modo empírico, podría servir para actualizar un poco aquella
célebre sentencia de Castro. Según parece, exponer dentro de una galería de
arte o dentro de un evento organizado por las instituciones culturales cubanas,
independientemente de cualquier crítica social que pueda hacerse, equivale a estar dentro de la ‘revolución’. Los contenidos de las obras carecen de
importancia y la censura de las creaciones se volvió inoperante. Esta ya no
tiene que ver con lo que dicen las propuestas de los artistas, sino con los circuitos de
distribución. El propio espacio dentro del que se realizan los eventos se ha transformado en una institución donde la crítica social está de antemano legitimada como ‘dentro de la revolución’. Si Ángel Toirac expone su
serie Tiempos Nuevos, prohibida durante más de dos décadas, las
representaciones subversivas de sus lienzos se transforman, solo por estar colgadas en una sala del Museo Nacional de Bellas Artes, en creaciones ‘revolucionarias’.
Puede que personalmente Toirac no simpatice mucho con el gobierno cubano.
Además, también lo hace saber en su serie Tiempos Nuevos, pero ambas cosas carecen de
importancia. La institución vuelve, como por arte de magia,
revolucionario tanto al artista como a sus trabajos, por el solo hecho de exponerlos. Dentro de las instituciones estatales, virtualmente cualquier
denuncia social, cualquier crítica política, se vuelve anodina y deviene
incluso en un modo de apoyar el orden imperante.
No ocurre así
con las creaciones que se realizan al margen -y en contra- de las instituciones
culturales cubanas. Luego de haber sido acusado de ultrajar los símbolos
patrios, Luis Manuel Otero Alcántara subastará la bandera que usó en su
performance y donará el dinero recaudado al gobierno, para de este modo contribuir
a financiar la lucha contra el coronavirus. ¿Es este un
arte ‘dentro de la revolución’? En principio debiera serlo. La generosidad del
artista hacia el presidente implica un reconocimiento y una (inmerecida)
confianza hacia el Estado cubano en el papel que desempeñará en la situación emergente provocada por la pandemia. Pero, al
realizarse fuera de las instituciones culturales, la acción fue percibida
como ‘fuera de la Revolución’. Alexis Triana, vocero del Ministerio de Cultura,
llamó a Alcántara “rata de alcantarilla” (Pregunta al margen, ¿es este Alexis Triana, el otrora estudiante que en 1988
encaró a Fidel Castro, durante una reunión que el mandatario sostuvo con los
alumnos de periodismo de la Universidad de La Habana?)
La ‘rata
de alcantarilla’ es una versión de ‘gusano’, que denigra directamente el
apellido del artista, como un individuo al que el Estado cubano le retira cualquier
forma de legitimidad. La venta de la obra y la disposición de entregar los
fondos al gobierno es, en sí misma, una obra de arte. Exhibe la marginación del
ser humano institucionalmente considerado como una ‘rata de alcantarilla’. Las reacciones
de Alexis Triana y el Ministerio de Cultura hacen pensar que no es la obra la
que estaría ‘fuera de la Revolución’, sino el propio artista, quien,
independientemente de lo que haga, se le ha vetado la posibilidad de estar
‘dentro de la revolución’. Alcántara se
las ha ingeniado para que los funcionarios del Ministerio de Cultura
interpreten el gesto artístico humanitario y de respaldo a la administración de
Díaz-Canel, como una forma de oposición política. Ha evidenciado que el Estado
cubano criminaliza su uso de la bandera, porque es el uso que pudiera darle una rata de alcantarilla, mientras ni siquiera le presta
atención a la banalidad con que la emplea la cantante Jaila.
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