Como era de
esperar, el giro que han tomado las relaciones entre los gobiernos de Cuba y
Los Estados Unidos, despertó reacciones encontradas entre la comunidad
cubano-americana, si bien el resto del planeta, incluido gran parte de los ciudadanos
norteamericanos, acogió las nuevas medidas con entusiasmo. Dentro de Cuba
también prevalece un ambiente festivo: era una noticia largamente esperada por
la inmensa mayoría de la población. Tan solo algunos líderes de la oposición
han hecho pública su inconformidad. Con ello ofrecen pruebas de cuán
desvinculada está la disidencia de los intereses de sus conciudadanos. Los
opositores cubanos se sienten traicionados. Es una reacción inquietante, si se
piensa que una relación más amistosa entre los dos países debiera incidir en un
fortalecimiento de la oposición interna. Los opositores se comportan como
cabecillas que parecen estar más interesados en un activismo que los convierta
en figuras públicas -marginadas y continuamente hostigadas por los cuerpos
represivos del estado cubano- que en líderes provistos de una agenda política que
involucre a sectores más amplios de la población.
Los
políticos cubano-americanos han quedado igualmente aislados. Ahora nos esperan
sus intrigas en el Congreso, sus presiones desesperadas para obstaculizar el entendimiento entre
las naciones vecinas. Nadie discute que el gobierno cubano debe democratizar la
sociedad y que las voces políticas de sus ciudadanos deben ser escuchadas, al
igual que deben respetarse los derechos humanos en la isla. Pero los argumentos
para oponerse a las negociaciones entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba
solo procuran ocultar que el embargo económico ha sido un rotundo fracaso. Era
una política que Estados Unidos mantenía a capa y espada, haciendo caso omiso de
la comunidad internacional, a pesar de la ineficiencia y el carácter obsoleto
de las sanciones económicas. El acuerdo conseguido con la dirigencia cubana fue
una forma, en realidad tardía, de desistir de una herramienta política fallida,
que limitaba la expansión del capital estadounidense, dificultaba las relaciones
de Estados Unidos con sus vecinos del hemisferio, obstruía el flujo de capital en Cuba y dificultaba el diálogo entre los cubanos que residen dentro y fuera
de la isla. Los pasos para normalizar de las relaciones entre Cuba y Estados
Unidos han sido también una forma de dividir a los gobiernos, populistas e impopulares, de la izquierda radical latinoamericana. Gobiernos ideológicamente encabezados por el engendro cubano y que han sostenido, como
uno de sus pilares, la hostilidad contra los Estados Unidos. Es llamativo que
la política de distensión hacia La Habana coincida con sanciones económicas
contra funcionarios venezolanos. Estados Unidos aplica la política del divide y
vencerás. Podría decirse que los verdaderos traicionados en las negociaciones
entre los funcionarios cubanos y los norteamericanos fueron los gobiernos
latinoamericanos que siguieron el proyecto socio-político implementado por la mal
llamada Revolución Cubana. Maduro al igual que Evo Morales, y con anterioridad Chávez,
eran ante todo fidelistas. Esgrimían la bandera anti-imperialista como un
pretexto para perpetuarse en el poder. Ahora el vocero histórico de dicho
discurso parece haber capitulado.
Es notoria
la ausencia de Fidel Castro en este súbito cambio político. El otrora
mandatario no ha emitido ninguna reflexión, no ha aparecido, ni siquiera en fotografías
manipuladas, para felicitar a su hermano. Hasta ahora el líder histórico de la
Revolución no ha hecho ningún esfuerzo por manifestar su satisfacción, lo cual
pudiera entenderse como una forma de expresar su descontento. El silencio de
Castro ha suscitado nuevos rumores sobre su muerte física. Pero en estos
momentos apenas importa el acontecimiento de la muerte de la persona Fidel Castro.
Con el reciente entendimiento entre Cuba y Los Estados Unidos, se ha firmado la defunción de Fidel Castro como figura política. Da la impresión que
el otrora Comandante en Jefe no tuvo ni voz ni voto en este diálogo o si lo
tuvo, nadie le prestó la más mínima atención. Alguna vez el Comandante había
afirmado que él ejercería más influencia muerto que vivo. No ocurrió así.
Incluso en vida el Comandante asiste a su agonía y a su senectud como figura
política. Ahora acaba de certificarse su acta de defunción.
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