Desde luego que construir una embarcación improvisada y lanzarse al mar es un acto temerario y también irresponsable, sobre todo si se piensa que las naves se hacen de forma clandestina, con los escasos recursos que pueden encontrarse en el mercado negro –donde una brújula era muy cotizada-, y a menudo sin contar con la pericia de ingenieros o diseñadores especializados. Tampoco son personas que han visto el mar en cuanto posee de desproporcionado y terrible, tal y como se representa, por ejemplo, en los lienzos del artista ruso Iván Aivazovsky. Pero habría que estar en el pellejo de esas personas que solo sueñan con fugarse de Cuba, como mismo un convicto no cesa de pensar en el momento en que terminará su cautiverio. Las cerca de once mil personas que en un fin de semana entraron en la Embajada de Perú y las jornadas del Mariel (1980) y Cojímar (1994), pudieran verse plebiscitos que ha celebrado el pueblo cubano en las últimas tres o cuatro décadas.
12/7/14
Remolcador 13 de marzo
En La Habana era frecuente encontrar a personas que solo hablaban de cómo irse de Cuba. Urdían toda suerte de planes, desde ganarse la lotería de
visas norteamericanas, hasta la posibilidad de que algún pariente ayudara, el
matrimonio con un extranjero, cartas de invitación y, evidentemente, las salidas
ilícitas. Uno podía escuchar los proyectos más rocambolescos e inverosímiles.
Desde luego que construir una embarcación improvisada y lanzarse al mar es un acto temerario y también irresponsable, sobre todo si se piensa que las naves se hacen de forma clandestina, con los escasos recursos que pueden encontrarse en el mercado negro –donde una brújula era muy cotizada-, y a menudo sin contar con la pericia de ingenieros o diseñadores especializados. Tampoco son personas que han visto el mar en cuanto posee de desproporcionado y terrible, tal y como se representa, por ejemplo, en los lienzos del artista ruso Iván Aivazovsky. Pero habría que estar en el pellejo de esas personas que solo sueñan con fugarse de Cuba, como mismo un convicto no cesa de pensar en el momento en que terminará su cautiverio. Las cerca de once mil personas que en un fin de semana entraron en la Embajada de Perú y las jornadas del Mariel (1980) y Cojímar (1994), pudieran verse plebiscitos que ha celebrado el pueblo cubano en las últimas tres o cuatro décadas.
Desde luego que construir una embarcación improvisada y lanzarse al mar es un acto temerario y también irresponsable, sobre todo si se piensa que las naves se hacen de forma clandestina, con los escasos recursos que pueden encontrarse en el mercado negro –donde una brújula era muy cotizada-, y a menudo sin contar con la pericia de ingenieros o diseñadores especializados. Tampoco son personas que han visto el mar en cuanto posee de desproporcionado y terrible, tal y como se representa, por ejemplo, en los lienzos del artista ruso Iván Aivazovsky. Pero habría que estar en el pellejo de esas personas que solo sueñan con fugarse de Cuba, como mismo un convicto no cesa de pensar en el momento en que terminará su cautiverio. Las cerca de once mil personas que en un fin de semana entraron en la Embajada de Perú y las jornadas del Mariel (1980) y Cojímar (1994), pudieran verse plebiscitos que ha celebrado el pueblo cubano en las últimas tres o cuatro décadas.
Iván Aivazovsky, La ola, 1889 |
II
Los cerca de sesenta adultos que, arriesgando a
sus hijos, decidieron huir en el Remolcador 13 de marzo sabían que cometían un delito.
Se exponían, con toda conciencia, al peso excesivo de la ley. En el pasado, las
sanciones por salidas ilegales podían llegar hasta los diez años de privación
de libertad. Pero, en vistas de que se trataba de condenas desmedidas en un
país con un elevado por ciento de reclusos y con una alta densidad de población
penal, las sentencias se redujeron. En los años noventa las penas por salidas ilícitas
oscilaban entre seis meses y tres años de cárcel, con medidas adicionales
como la prisión domiciliaria.
Más o menos ese habría podido ser el veredicto
judicial contra los implicados en los sucesos del Remolcador 13 de marzo. El
castigo que recibieron, en cambio, debiera considerarse como una forma de terrorismo de
Estado. Todos los sobrevivientes describen cómo fueron agredidos con chorros de
agua, mientras la nave era embestida, hasta ser hundida, por otras
embarcaciones más resistentes a los golpes. En algún momento los fugitivos decidieron mostrar
a los niños que se encontraban a bordo. Fue un acto de capitulación y al mismo
tiempo un modo de apelar a la clemencia de los atacantes. No funcionó. Las victimas del Remolcador 13 de
marzo estaban destinadas a ofrecerse como escarmiento para todos aquellos que vivían
obsesionados con la idea de salir clandestinamente de Cuba.
Difícil no responsabilizar al Estado cubano por
semejante crimen colectivo. La versión que circulaba como rumor callejero –o al menos la que llegó a mis oídos- hablaba de un tal Jesusito, supuestamente uno de
los pocos fanáticos a Fidel Castro que todavía existían, que se tomó la
atribución de impedir la fuga del remolcador. Él y otros cómplices decidieron
acudir a tres navíos para cercarlo y hundirlo. ¿Quiénes hicieron
circular esta información que difería de las escuetas notas de prensa que
publicó el gobierno? Posiblemente nunca llegue a saberse. Sin embargo, el relato que corría de boca en boca hacía creer que el gobierno todavía contaba
con grupos de simpatizantes, dispuestos a luchar de manera violenta por los
ideales revolucionarios, y a la vez exoneraba al Estado cubano de cualquier
participación en el incidente.
En la práctica, el autoritarismo que prevalece
en Cuba hace poco probable que unos ciudadanos puedan tomar la decisión de habilitar
improvisadamente tres embarcaciones y emplearlas en una acción violenta, incluso
cuando el propósito fuese defender la ideología oficial. Es poco creíble que algo
así pudiese ocurrir sin al menos el consentimiento de mandos superiores. Durante
más de cuatro décadas los cubanos estuvieron habituados a la creencia de que
todas las decisiones, sobre todo maniobras similares a las que condujeron al
hundimiento del Remolcador 13 de marzo, debían ser aprobadas por la alta
dirigencia del país.
¿Quiénes se prestaron a hacer esta proeza
revolucionaria? El Estado cubano no ha revelado sus nombres. Tampoco ha abierto una causa judicial sobre el incidente, lo cual
hace pensar que las víctimas tuvieron -y tienen- un status similar a lo que el pensador
italiano Giorgio Agamben llamó “vida desnuda”, es decir, una vida que ha sido
despojada de todos sus derechos ante la ley y que queda a disposición de un
poder que podría eliminarla en cualquier momento.
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