31/12/14

La artista está ausente


Así podría titularse la tentativa de performance de Tania Bruguera. Fue una intervención pública, o como quiera llamársele, que por paradoja, se realizó en su imposibilidad de ponerse en práctica. La coyuntura en la que Bruguera preparó su actividad era bastante distinta a su primera versión del performance El susurro de Tatlin #6. Hacía tan solo un par de semanas que se había llegado a una distensión sin precedentes entre los gobiernos de Cuba y los Estados Unidos. Bruguera venía a poner el dedo sobre la llaga. Perseguía que se escuchara la voz, por largo tiempo marginada de cualquier espacio político nacional de los ciudadanos cubanos.

Quienes, como yo, simpatizan con los acuerdos todavía incipientes entre la administración Obama y la dirigencia cubana, tendrían muy buenos motivos para encontrar prematura o inapropiada la actividad de Bruguera. Pero en cualquier caso, lo que sí no pudiera cuestionarse es que el problema de las libertades cívicas, y muchos otros que siguen pendientes en la sociedad cubana, no debieran dejarse a un lado. La performance de Bruguera, malograda mediante el abuso del poder, fue un primer test después del restablecimiento de relaciones diplomáticas con los Estados Unidos, de cuán dispuesto está el gobierno de Raúl Castro a entablar un diálogo político.  

El resultado de dicho test no pudo ser más desafortunado. Las autoridades cubanas, pese a disponer de una amplia maquinaria represiva -incluidos agentes que hubieran podido usurpar el espacio y el tiempo de la performance- optaron por abortar el evento. No importó para nada que las instituciones hubieran aprendido a domesticar la ya de por sí endeble influencia de las artes visuales sobre la sociedad. La fobia al debate público se impuso una vez más.

La decisión de impedir la performance puede dar una idea de cuán conscientes son las autoridades cubanas de su propia impopularidad. Los órganos represivos del gobierno no tienen ninguna duda de cuán amenazada y cuán fragil es su permanencia en el poder. Para los cálculos de los represores, el hecho de que un grupo de personas pueda opinar en voz alta –y no en voz baja como han venido haciendo los cubanos por más de cinco décadas- supone un riesgo inmenso,  la apertura de una especie de Caja de Pandora. 

Suele decirse que tres forman una multitud. En el caso cubano esa multitud -no importa cuán reducida pueda ser- infunde un terror por completo irracional a las autoridades. Era altamente probable que el cubano medio -que desde hace tiempo padece de eso que se llama indefensión aprendida- escéptico y hastiado de la vida política nacional, se hubiese abstenido de participar. Pero el hecho de que un grupo de personas pudiera tomar la palabra por unos minutos tiene, para los encargados de mantener el orden público, el aspecto de un problema que fácilmente podría escapárseles de las manos. Ni siquiera en un contexto en el que el mandatario cubano podría verse súbitamente investido de cierta popularidad,  gracias a la victoria política que supuso el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos  -es decir en un contexto donde todo haría pensar que la performance habría sido más bien inofensiva y hasta hubiese podido manipularse para ofrecerle al mundo la apariencia de unas libertades cívicas que no existen-, ni siquiera en esas circunstancias las instituciones cubanas osaron permitir que la actividad se llevara a cabo.

 La torpeza y la fobia de las instituciones agrega una nota pesimista sobre un diálogo político nacional a corto plazo. La represión de la performance de Bruguera es la primera evidencia de que el gobierno tiene intenciones de seguir enquistado en el poder, eludiendo, hasta donde sea posible, las concesiones políticas y tolerando las aperturas económicas siempre y cuando no supongan una amenaza al orden imperante.

La célebre performance La artista está presente de Marina Abramovic fue, en mi opinión, totalmente ridícula. Una señora disfrazada de maga o de adivina, mirando con persistencia a los ojos de los asistentes, quienes gustosos se prestaban a participar en ese extraño ritual. ¿Esperaba la artista desentrañar profundidades abismales del psiquismo mediante este contacto entre los ‘espejos del alma’? ¿Pensaba que podría construirse algún tipo de telepatía o magia? Muy a su pesar, el ejercicio de Abramovic podría servir para demostrar que en nuestras sociedades contemporáneas la presencia del artista tiende a volverse cada vez más irrelevante y banal. En todo caso, el artista estaría presente como parte de un espectáculo mediático, no muy distinto al de una serie televisiva o de las extravagancias de Lady Gaga y Miley Cyrus. Es decir, un entretenimiento que no perturba para nada a la sociedad y que a lo sumo ofrece la apariencia de una transgresión. El performance de Bruguera, en cambio, demuestra que si el arte todavía conserva algunas posibilidades de provocar, es precisamente, y por paradoja, allí donde el artista está ausente.

3 comentarios:

  1. Usted escribio : "El resultado de dicho test no pudo ser menos desafortunado." Supongo que quizo decir "mas desafortunado" o "menos afortunado"

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  2. Podrá usted encontrar inapropiada la actividad de Bruguera (cada cual tiene su opinión) pero PREMATURA, después de 57 años de micrófono abierto sólo para una persona… vamos….

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