3/5/14

El aura del sello

Fragmento de una plancha de sellos que circularon en los dominios españoles del Caribe (1857). 

En julio del 2010 la casa subastadora Christie’s vendió un dibujo de Miguel Ángel Buonarroti en 5.083.600 dólares. La cifra cumplió con los estimados, que oscilaban entre los 4.8 y 8.2 millones. Se trataba de un lote excepcional ya que se conservan pocos dibujos del maestro italiano, a pesar de que Buonarroti realizara una inmensa cantidad de bocetos y estudios para sus obras. El artista decidió quemar todos aquellos bosquejos, primero en 1518 y más tarde en 1564, poco antes de su muerte, acaecida en febrero de ese mismo año. Al parecer Miguel Ángel no tenía intenciones de que la posteridad lo recordarse como un dibujante, sino más bien por sus esculturas y  sus murales.

Miguel Ángel Buonarroti

El dibujo en cuestión era unos de los estudios preparatorios para el fresco La Batalla de Cascina, en la actualidad desaparecido y de cuyo cartón central se conserva tan solo una copia realizada por unos de los discípulos de Bounarroti. El boceto tiene unas dimensiones de 26,2 x 18,3 centímetros y posiblemente sea uno de los pedazos de papel que se han cotizado a precios más elevados en el mercado del arte. Sin embargo, un sello emitido en la Guyana Británica, hoy conocido como El velero magenta (1856), podría superar al dibujo del maestro italiano. Lo sabremos dentro de unas semanas cuando Sotheby’s lo subaste el próximo 17 de junio. Por lo pronto, se espera que la estampa, que solo costaba un penique hace un siglo y medio, alcance entre seis y quince millones de dólares. 

El velero magenta (1856)
Otros sellos de correos se han vendido a precios muy elevados. Una pareja de la otrora colonia inglesa Isla Mauricio  -los ‘Post Office’ (1848)-, en el sobre donde fueron pegados, se tasó por 3.8 millones de dólares en el 2006. El 3 skillings (1856) de Suecia, único ejemplar de una plancha que por error se imprimió en amarillo -las siguientes tiradas se hicieron en un azul verdoso-, alcanzó los $2. 270.000 dólares en 1998. El comprador, que decidió permanecer en el anonimato, considera que se trata de una inversión estable, algo que no siempre ocurre con el mercado de arte.


La filatelia es una inversión bastante asegurada, si bien existen sellos que probablemente apenas aumenten de valor con el paso del tiempo. Todavía hoy pueden adquirirse estampas de la segunda mitad de siglo diecinueve a precios irrisorios. Eran baratijas hace varias décadas y lo siguen siendo en la actualidad. Por lo general, son sellos de los que se hicieron tiradas muy amplias y que los filatelistas conservan solo para que una determinada colección no quede incompleta. Otros sellos, sin embargo, en la medida en que sean rarezas, errores, o  en la medida en que sean más o menos escasos y se conserven en buenas condiciones, parecen aumentar de precio de forma vertiginosa. Se estima que al cabo de unos diez años, las estampas de correo podrían incrementar su valor hasta en un veinte por ciento. Al igual que en el mundo del arte, en la filatelia se entra en el ámbito de la especulación financiera. Como en cualquier otro negocio, hay que saber comprar, vender y también, evidentemente, encontrar el momento oportuno para hacerlo. 

Sobre Bordeux (1848), con la pareja "Post Office".

 Por lo general, la filatelia opera con números más pequeños que el mundo del arte y una pieza que cueste más de trescientos dólares puede considerarse como una verdadera joya. Igualmente, sellos valorados en cien dólares podrían ser difíciles de vender. Es decir, muy raras veces la especulación en el ámbito de la filatelia podría reportar ganancias millonarias. Es un negocio de pequeñas cantidades, donde hasta los centavos marcan una diferencia en cuanto a la competitividad. Incluso podría decirse que lo más corriente es que los sellos salgan a precios inferiores a los que se consignan en los catálogos, lo que en parte hace posible un mayor dinamismo en el mercado, como ocurre en eBay. Habría que agregar que hoy posiblemente existan menos coleccionistas -o sea menos potenciales clientes- que en el pasado, cuando la filatelia era una práctica proporcionalmente más extendida y más popular que en la actualidad.


Aunque la filatelia pueda ser un negocio rentable, no es frecuente que los vendedores logren sostenerse solo mediante la compra, intercambio y venta de sellos. Esto sería algo más bien excepcional. Lo más común es que se trate de una fuente de ingresos suplementaria y que los filatelistas reinviertan parte de sus ganancias en adquirir nuevos lotes para sus propias colecciones. Muchos coleccionistas, por lo tanto, parecen estar guiados por la afición, por el deseo de conservar una memoria histórica, por el afán de encontrar piezas exclusivas –tesoros que tendrían sobre todo un valor afectivo- que por la posibilidad de enriquecerse. El filatelista suele entusiasmarse ante algo que muy legítimamente podría llamarse el carácter aurático del sello. La exclusividad, la rareza que proporcionan el accidente, el error, la sobrecarga poco común, la tirada limitada, las cancelaciones y el valor histórico de la pieza. Aquí adquieren importancia la necesidad de autentificar el sello y las diferencias minúsculas, que a menudo pueden percibirse solo con la ayuda de una lupa o incluso de un microscopio. 

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