Esta es la primera parte de un texto todavía en preparación, a propósito de la reciente aparición del libro Caviar and Rum, publicado por Palgrave Macmillan y antologado por Jacqueline Loss y José Manuel Prieto.
La
Revolución Cubana afirmó, entre sus armas ideológicas más contundentes, su
carácter nacionalista y tercermundista. Le correspondía a la revolución un
lugar señero en las luchas anti-colonialistas y en los movimientos de
liberación nacional de los años sesenta y setenta. Igualmente aspiraba a establecer
alianzas económicas, políticas y culturales con otros países latinoamericanos,
africanos o asiáticos. La dimensión nacionalista era interpretada como una continuidad
con las gestas independistas del siglo XIX. Esa era la manera (positiva) de argumentar
que se había alcanzado una soberanía nacional. El reverso –o evidencia
negativa- era la enemistad hacia el gobierno norteamericano y el término “Pseudo-República”
para definir el periodo histórico que comprendía desde 1902 hasta 1958.
Fue un
discurso ideológico que se reiteró con tal insistencia que, al menos dentro de Cuba, todavía hoy cuesta
pensar que las relaciones del gobierno cubano con la otrora Unión Soviética tuvieron,
bajo el semblante de una “amistad inquebrantable”, todos los rasgos de un
vasallaje neocolonial. Fuimos una neocolonia, sin siquiera enterarnos. Los nexos con la URSS no solo se limitaron a una
abrumadora dependencia económica, sino también a alianzas militares, donde la
parte caribeña aportó al personal que operaría en el terreno (es decir, los que harían el trabajo sucio y estarían expuestos a ser carne de cañón). La Unión Soviética se convirtió en el
socio privilegiado en el mercado mundial, con la elaboración de convenios
económicos que remedaban la mal llamada “reciprocidad
comercial”, que anteriormente existió entre los Estados Unidos y Cuba (los
soviéticos, al igual que los norteamericanos, también ofrecieron precios
preferenciales para el azúcar cubano).La Unión Soviética monopolizó virtualmente el consumo interno del país, desde los alimentos
hasta los efectos electrodomésticos, desde las maquinarias y herramientas para
la producción hasta los medios de transporte. La influencia soviética sobre la
sociedad cubana también afectó a las producciones culturales y a la enseñanza e
incluyó la distribución de publicaciones periódicas, filmes, programas
televisivos y cursos masificados–en la radio, la televisión y en las escuelas-
de idioma ruso.
Algunos intelectuales cubanos residentes en la isla, a la hora de
hacer la crítica de las políticas culturales de la Revolución, señalaron, no
sin buenos argumentos, que el momento más álgido de la instauración de modelos soviéticos
en la dirección de la cultura fue el eufemísticamente
llamado “quinquenio gris” (1971-1976), que además se demonizó en las figuras de algunos
funcionarios. Coincidiendo con esta
visión crítica del pasado, también se estigmatizaron o se borraron los residuos
del realismo socialista, desde las novelas de Manuel Cofiño hasta las
numerosísimas formas de propaganda y arte político. De este modo no
solo se tiende a atenuar la incidencia de los modelos soviéticos antes y
después de aquellos años del quinquenio gris; sino que también se oculta el hecho de que muchas expresiones o estructuras de lo soviético todavía están vigentes, no tanto en el ámbito de las producciones culturales, como
en la sociedad cubana en un sentido más amplio. Toda la propaganda
triunfalista, el sistema unipartidista, los métodos de vigilancia, las maneras de
denigrar y reprimir a los opositores políticos, la corrupción a todos los niveles y la
ineficiencia de una economía supuestamente planificada y centralizada, son rasgos y formas de regir la sociedad que se
derivan de esquemas y modelos importados de la otrora Unión Soviética.
La huella de lo soviético en el imaginario cultural y social es una presencia muy
arraigada y vital, que no admite ser segregada a un momento histórico ya superado. Debiera entenderse también como un vestigio de la condición
neocolonial que, con sus momentos de fricciones y distensiones, tuvo la
Revolución Cubana prácticamente desde sus inicios (por mucho que el gobierno
reclamara ser “el primer territorio libre de América”). La celebración del
coloquio Cuba and the Post-soviet
experience, organizado por la investigadora Jacqueline Loss y el novelista
cubano José Prieto en febrero del 2007, fue seguramente el más temprano esfuerzo por aproximarse a estas reminiscencias.
Las
memorias del coloquio fueron publicadas recientemente, en la antología Caviar and Rum, hecha por Loss y Prieto.
Lo primero que llama la atención en el libro es que parece privilegiarse la voz
de los intelectuales cubanos jóvenes, tanto de los que salieron del país como
de aquellos que residen en la isla. Una intención que, en el evento del 2007,
fue lamentablemente saboteada con la negativa del gobierno norteamericano a
darles el visado a los creadores que hicieron sus trámites desde la Habana. Lo
segundo es que no se trata de una indagación histórica –aunque no falten las
miradas hacia el pasado-; sino y sobre todo, de las huellas de lo soviético en
la Cuba actual, y más particularmente entre los jóvenes. Este es un campo de
investigación virtualmente inexplorado y que necesariamente conducirá a una
rescritura del pasado.
II
Un chiste
popular cubano contaba la historia de un hombre momentáneamente encorvado por
el peso excesivo de dos maletas que llevaba consigo. Un transeúnte lo interrumpe para
preguntarle la hora. El hombre contesta complacido, como si tuviese una
ocasión para celebrar los prodigios de su reloj. “Son las 5”, dice, “y las 11
en Madrid, en Alemania es medianoche y en Moscú son las 3 de la madrugada”. “¿Y
ese reloj dice todo eso?” prosigue el transeúnte, picado por la curiosidad. “Eso
no es nada”, replica el hombre, “este botoncito te dice tu peso y tu estatura,
este otro te da información sobre el clima y este sobre tu signo zodiacal”. “¿Y
de dónde es ese reloj?”, pregunta con perplejidad el transeúnte. “Es un reloj
soviético”, responde el hombre, esta vez sin ningún entusiasmo. “Soviético, ¿y
cómo funciona?”. El hombre vuelve a levantar las maletas del suelo, listo para
continuar su camino. “Aquí están las baterías”, dice.
Este cuento kafkiano era una de las numerosísimas bromas del imaginario cubano
contra la impopular imposición de lo soviético. Las burlas eran moneda corriente
y estaban perfectamente integradas a la vida cotidiana. Había chistes sobre la
calvicie de Lenin y contra los muñequitos rusos. El lenguaje popular
despedazaba a los zapatos ‘ortopédicos’ y a los refrigeradores ‘bolos’. El
adjetivo de ‘rusa’ se agregaba para indicar que la carne enlatada era de pésima
categoría, los filmes soviéticos eran, en la jerga popular, un ‘pujo’ o un 'clavo'. Breznev
y los rusos eran ridiculizados continuamente, con bromas que muchas veces
también habrían sido importadas desde la propia Unión Soviética.
Sin embargo,
quienes percibían lo soviético como un conjunto de impopulares diseños, filmes grandilocuentes
sobre la Gran Guerra Patria o insípidos dibujos animados, no llegaron
a predecir que ese pasado volvería, transfigurado por la memoria, convertido en
evocación nostálgica, en cita paródica, en un kitsch que pudiera aprovecharse
de manera artística, desenfadada e incluso rebelde. Los cubanos descubren el encanto estético
del diseño torpe, de los aburridos y frecuentemente panfletarios dibujos
animados, de los pesados efectos electrodomésticos. Muchos jóvenes que en la
actualidad pronuncian frases como Nu
pogodi o Tusa Cutusa es un animal
feroz, lo hacen con una sonrisa, como si evocasen un grato recuerdo (algunas de esas obras lograron ganarse las simpatías de los televidentes). Tampoco
faltan quienes encuentran un lado artístico en creaciones que antes resultaban fastidiosas.
Es una nostalgia que comparten tanto los jóvenes cubanos que hoy conforman la diáspora
como los que viven en Cuba. Yo diría que esta nostalgia va un poco más allá de la añoranza por
la niñez o por el país natal. También se debe a que dichas producciones perdieron su carácter invasivo en la vida cotidiana y su horizonte ideológico se ha vuelto obsoleto. Hoy son sobre todo mementos, coleccionables, como si se
tratase de inusuales hallazgos arqueológicos, todavía dotados de aquella burla
popular que los acompañaba.Es una nostalgia que se
expresa también en la forma de travestismo, creando un efecto contestatario por
completo opuesto al uso ideológico que tuvieron en el pasado (como puede
apreciarse en el uso de la hoz y el martillo, que hace la banda Porno para Ricardo).
Uno de los mejores poemarios de mi generación [1963] es de Oscar Kesel, y se llama Nostalgia por el campo socialista; es tan temprano como del 1998/9, y me recuerda el deslumbramiento que me causó la lengua rusa en el filme CFaza real, recien desintegrada la URSS.
ResponderEliminarExcelente este artículo, aunque yo lo veo de otra manera. El uso que Gorki hace de la hoz y el martillo me parece más bien un exorcismo por profanación o apropiación. Como los guerreros de Homero que usan las armas del vencido, o los homosexuales que reclaman para sí el epíteto "queer" o los judíos que readoptan la estrella de David cuando Hitler la convierte en símbolo de escarnio, o los revolucionarios franceses que hacían cañones con las campanas de las iglesias profanadas. Imponer un significado distinto al del enemigo es la clave de ese exorcismo: Por eso ves tantas mitras en un desfile gay. El triunfo simbólico del nazismo (un triunfo que costó millones de muertes) es haber hecho imposible la apropiación de sus símbolos para ridiculizarlo ("El gran dictador" se filmó cuando nadie sabía nada de cámaras de gas). En fin...
ResponderEliminarYo recuerdo esas frases que usted menciona sobre los muñequitos rusos y me generan el mismo estupor que el recordar el pioneros por el comunismo seremos como el Che, me es totalmente indiferente y ninguna sonrisa esboza mi semblante. Esa nostalgia que usted argumenta, presenta la diáspora Cubana, yo no le llamo nostalgia, sino más bien hay que llamrle síndrome de Estocolmo.
ResponderEliminarLos mejores tiempos excelente dibujos animados e inolvidables para todos los cubanos especialmente para mí nací en el 1977 muchas gracias por esa felicidad
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