La idea no era original. Ya Batista solía organizar desfiles, mítines y concentraciones populares para crear la sensación de que contaba con el apoyo del pueblo. Otros políticos también habían acudido a tretas similares. Nada que no se hubiese ensayado antes, pero ¿quién iba a acordarse de semejantes niñerías? Había llegado la hora del festejo carnavalesco. Unos 500 000 campesinos−una multitud integrada solo por hombres−fueron transportados a La Habana para que estuviesen presentes en el acto por el 26 de julio de 1959, celebrado en la Plaza Cívica, donde aclamarían a Fidel Castro para que retomara su cargo de Primer Ministro.
El Movimiento 26 de julio comenzó a organizar la movilización desde el mes anterior, tres o cuatro semanas antes de que Castro dimitiera. El comité creado por el M-26-7 dividió el trabajo organizativo en siete comisiones, incluyendo una dedicada al orden público y otra a la propaganda. Con el propósito de que nadie se cuestionara la ‘espontaneidad’ de las aglomeraciones, Castro recomendó que no se destinara ningún crédito oficial para las labores de transportación, alojamiento, higiene y alimentación del medio millón de campesinos. Eran días de altruismo y exaltación revolucionaria. La población hizo donaciones. Varios ministerios también contribuyeron. La Esso y la Shell aportaron 100 000 galones de gasolina, a los que se agregaron las ayudas, más modestas, de la Sinclair y la Texaco. Ferrocarriles Occidentales puso a disposición sus trenes. Otro tanto hizo la Hermandad Ferroviaria de Cuba. Diariamente cinco locomotoras, que empujaban entre 20 o 30 vagones cada una, regresaban de las provincias cargadas de personas. Otros llegaban a La Habana en los vuelos facilitados por la compañía Cubana de Aviación o en los barcos que brindó La Marina de Guerra. Los líderes sindicales convinieron en que los choferes no cobrarían por los servicios de transportación que ofrecieran durante tres semanas, entre el 15 de julio y el 4 de agosto. No a todos les hacía gracia la benevolencia colectiva. Los 'guagüeros' quisieron ser remunerados por manejar los ómnibus. Fue preciso persuadirlos. Se les dijo que el gobierno atravesaba por problemas económicos y no habría fondos para abonarles. Además, supuestamente la concentración no era una iniciativa oficial, sino obra del desinterés colectivo. Al final aceptaron que se les pagara la mitad de sus salarios. Algo es algo.
Se acordaron
puntos de concentración y se estableció un calendario. Los campesinos de las
regiones orientales, incluidas las provincias de Camagüey y Las Villas serían
transportados entre el 19 y el 24 de julio. Luego vendrían los que vivían en
las zonas más cercanas a la ciudad. Los municipios se encargaron de las movilizaciones,
con la asistencia de voluntarios y de miembros del Movimiento 26 de julio. A
cada campesino se le entregaba una tarjeta de identificación. Algunos viajaron
a La Habana bajo presiones del colectivo.
Los campesinos fueron desplazados en jeeps, en camiones, en rastras estatales, en cuanta cosa hubiera. Exhibían banderas cubanas en sus sombreros de yarey, empuñaban machetes, entonaban decimas revolucionarias, portaban carteles de apoyo al gobierno. Algunos colgaban productos alimenticios en sus camisas, pues temían los imprevistos que pudiera depararle La Habana. Muchos llegaban a la ciudad no solo para vindicar a Castro y apoyar la Reforma Agraria. También les ilusionaba conocerla. Admirar los rascacielos recién construidos, las mansiones de Miramar, las avenidas, las tiendas lujosas, las luces de neón, los espectáculos nocturnos, los automóviles, el litoral habanero y las faldas de las jovencitas entre el tumulto. La estancia en La Habana tuvo el aire de una gira turística. Los guías los llevaron al Parque Zoológico, al Castillo del Morro, al Museo Nacional. Dispusieron de entradas gratuitas para los cines, se les preparó una programación que incluyó representaciones teatrales y eventos deportivos. En el Estadio del Cerro−actual Estadio Latinoamericano− asistieron a un juego de beisbol. En la Ciudad Deportiva vieron peleas de boxeo y disfrutaron espectáculos variados, como los shows de Tropicana, del Hotel Riviera y de los Casinos Parisien y Capri. Los restaurantes ofrecieron almuerzos colectivos. El Movimiento 26 de julio informó que se distribuían 40 000 raciones diarias de almuerzo. Las cámaras de televisión, las emisoras radiales y los periódicos entrevistaban a los visitantes. El Canal 12 puso en marcha la Operación Guayabera. El pueblo donaba ropas, juguetes, alimentos y dinero. Se subastó un mechón de pelo de Fidel Castro. Se anunció como el primero que se había cortado el comandante desde su llegada de la Sierra Maestra. Alguien lo había conservado en una botella. Se ofrecía inicialmente por el monto de 50 pesos. El ganador de la puja terminó pagando 600, un precio muy elevado para aquellas fechas. Era una contribución a la Operación Guayabera.
El primer
contingente de campesinos fue albergado en los locales de Ferrocarriles de Occidente
y en los recintos de la Universidad de La Habana. Otros permanecieron en
hoteles, en el Palacio Presidencial, el Ministerio de Defensa, en salas
cinematográficas, centros comerciales, aulas y dormitorios de los colegios. La
empresa La Polar alojó a unos 20.000 visitantes. Miguelón Olmo hospedó a un
centenar de campesinos en el Club Náutico de Marianao, del cual era
propietario. Además, se improvisaron varios campamentos en las calles, donde se
montaron hamacas.
En una alocución pública, Fidel Castro solicitó a la población que albergara a los visitantes. Se propagó una consigna: “Esta es tu casa, guajiro”. Los habaneros llamaban ininterrumpidamente a la televisión y a la radio para ofrecer sus domicilios, pero el problema de acomodar a una multitud tan numerosa era difícil de resolver. En la víspera del 26 de julio, más de 100 000 campesinos pernoctaron a la intemperie, frente al Capitolio Nacional. Muchos otros pasaron la noche en la misa del sábado 25, que se inició a las 7 de la tarde, en la Plaza de la Catedral. Prevaleció un ambiente festivo y de apoyo a la Revolución. Hubo rateros, carteristas y agitadores contrarrevolucionarios. A los primeros la policía los detuvo, en colaboración con las multitudes. A los otros, el campesino Leonardo Peña los vio huir cuando los visitantes sacaron sus machetes, que −como le escribió a su esposa−“no los habían traído de adorno”.
Excelente
ResponderEliminarMuchas gracias.
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