El sitio
web inCUBAdora -ya un imprescindible archivo sobre la cultura cubana-,
ha rescatado Naranja Dulce, que tuvo una vida efímera, como muchos
proyectos juveniles de finales de la década de 1980. Concebida como un suplemento
de El caimán barbudo, Naranja Dulce mostraba una nueva generación
de escritores que se alzaba como una alternativa frente a la propia revista cultural.
En apariencia distante de las transgresiones y polémicas que protagonizaban los
artistas plásticos del momento, Naranja Dulce exhibía a una generación
de jóvenes poetas, narradores y ensayistas que partían de las tímidas aperturas
que eran permitidas en El caimán barbudo -en secciones breves como Los
raros, donde podía leerse una nota sobre Lautreamont, escrita más de un siglo
después de que falleciera el poeta, y otra sobre Octavio Paz, quien era un
crítico del gobierno cubano (dedicarle unos párrafos en una publicación
nacional era, cuando menos, asombroso). Los textos que aparecieron en Naranja
Dulce parecían una prolongación de los ‘atrevimientos’ que empezaban a
leerse en secciones como Los raros y Entre cuerdas (dedicada a la música rock).
Solo que ahora se trataba de autores del patio que recién iniciaban sus carreras,
con ambiciones literarias que se orientaban en un sentido por completo opuesto
a los discursos sobre el internacionalismo proletario -eran momentos álgidos de
la incursión militar cubana en Angola-, la ‘rectificación de errores’, que el
humor popular se encargó de llamar ‘ratificación de errores’ y de slogans como “La
jornada laboral es sagrada”. Aunque inmersos en los reclamos de reformas sociales
más profundas, los jóvenes que hicieron Naranja Dulce irrumpieron con
una estética más bien hedonista. Hablaban de una libertad individual, moral y
existencial. Se interesaban en el erotismo, el absurdo y en el surrealismo,
como una aventura poética que, dentro del contexto cubano de finales de los años ochenta, emergía a modo de sedición -entendida como una rebelión
pasional- frente a los discursos oficialistas. Los jóvenes enarbolaban a
autores que se leían de manera pseudo-clandestina o que apenas circulaban dentro
de la Isla: Borges, Bataille, Paz, Blanchot, Brodsky. El suplemento tenía algo
de explosivo, improvisado y caótico. Sobre todo, era -con respecto a El
caimán barbudo-, una revista más contemporánea y desenfadada. Si pudiese
decirse así Naranja Dulce fue, desde su primer número, una publicación
maldita.
Sin duda
fue un proyecto que el gobierno -y probablemente también El caimán barbudo-
tuvo poco interés en patrocinar. Quedó cercenado incluso antes de que el país
se adentrara en el llamado periodo especial (un periodo especialmente largo, que
se ha prolongado por unas tres décadas y en la actualidad parece agudizarse
todavía más). Aunque el presupuesto que se destinaba a la revista debió ser muy
reducido, Naranja Dulce fue una de las primeras iniciativas culturales
destruidas por las vicisitudes económicas -algunas artificialmente creadas por
el propio gobierno- por las que atravesó el país. Su cierre fue uno de los más
tempranos síntomas de que la política cultural volvería a una etapa de intolerancias,
abortando las confrontaciones que se habían iniciado en las artes visuales. Sorprende,
con la distancia de más de tres décadas, que la revista se haya conservado, ya
que el papel en el que se imprimieron sus páginas era de una calidad muy
deficiente. La edición digital ofrece una oportunidad única para consultar -y
disfrutar- estos textos juveniles, producidos por autores que, en su gran
mayoría han continuado desarrollando sus carreras en la diáspora, con las adversidades
y ventajas que plantea la inserción en nuevos horizontes culturales.
Para descargar la edición digital de Naranja Dulce, ir a este enlace:
https://in-cubadora.org/2020/09/04/ebook-%c2%b7naranja-dulce-edicion-facsimilar-1988-1989%c2%b7/?fbclid=IwAR0MvH4STjHaIzI9u0uQGnCFGcTknT1wcPzoGlH5QEJsTfxixCQ1LiIaO9U
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