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José Ángel Toirac. Marlboro, 1996. De la serie Tiempos Nuevos. |
Nunca es tarde si la dicha es buena. Finalmente, el Museo Nacional de Bellas
Artes de La Habana expone la serie Tiempos Nuevos, de José Ángel Toirac, como
parte de la muestra personal Arts Longa, que permanecerá abierta hasta marzo de
2020. La lentitud de los cambios sociales en la 'Revolución' hace que, luego de más de dos
décadas de censurada en Cuba, los Tiempos
Nuevos de Toirac no sean todavía tan viejos. Hasta pudiera decirse que los mismos problemas que el artista criticó en sus pinturas siguen vigentes en pleno siglo XXI. Comparto esta lectura de esos
trabajos, que publiqué en el primer volumen de Trazos en los márgenes. Arte
abstracto e ideologías estéticas en Cuba. Ediciones Dador, 2019.
La serie Tiempos Nuevos, de José
Ángel Toirac contenía una referencia a la homónima revista mensual soviética,
que se distribuyó en Cuba hasta finales de la década de 1980 -cuando se
prohibió- y que divulgaba los valores ideológicos de la otrora Unión Soviética.
El título de los trabajos era ambivalente: aludía al pasado que culminó con el
derrumbe del bloque socialista de Europa del Este y también al presente, a los
«tiempos nuevos», por los que atravesaba el país. Toirac llamaba la atención
sobre cómo, detrás de un andamiaje ideológico a la usanza del que publicaba la
antigua revista soviética, se estaban gestando transformaciones socioeconómicas
que contradecían aquellos discursos. Los tiempos nuevos evidenciaban el
desfasaje entre la ideología del pasado y las transformaciones que empujaban al
país hacia una economía de mercado controlada por el Estado. En Marlboro
(1996), una de las pinturas que conforman la serie, Toirac superponía una
imagen de Fidel Castro contra el diseño de la conocida marca de cigarrillos
norteamericanos. Era una inquietante conjunción entre la fotografía
revolucionaria y un emblema de las sociedades de consumo. Castro avanza hacia
el espectador, hacia el presente, a caballo, con un tabaco en la boca. Parece
campear de un modo apacible, sin perder las riendas de su corcel y sin
inquietarse ante el aparente obstáculo que representa la palabra Marlboro (la
pata delantera del equino ya ha saltado por encima de las letras). El retrato
ecuestre podría hacer pensar en la imagen publicitaria del cowboy que
caracteriza a la marca de cigarrillos. Una referencia tan obvia –y al mismo
tiempo tan enigmática- encubre una lectura relacionada con el argot popular
cubano. La expresión «el caballo», que en el pasado se empleaba frecuentemente
para celebrar a Fidel Castro, quedó transformada en la imagen de un «jinetero».
Los ‘tiempos nuevos’ traían este cambio. El
revolucionario devenía en un líder oportunista, que pasaba inmutablemente por
alto sus convicciones políticas con tal de conseguir divisas. En Marlboro,
el cuerpo del Comandante ocupaba precisamente el espacio donde la marca de
cigarrillos muestra una heráldica, que incluye una corona. Castro quedaba
asociado a un atributo del poder monástico. Toirac sugiere que el sistema
político instaurado en Cuba no es tanto un gobierno de un partido único, como
un poder excesivo, concentrado en una sola persona, que viste una gorra
militar. En otro de los cuadros reprodujo una fotografía del mandatario cubano
y el Papa Juan Pablo II, mientras se daban la mano. Al fondo, las letras de la
marca de perfumes Opium. Yves Saint Laurent, un recordatorio de la frase
de Marx «la religión es el opio de los pueblos», antaño inculcada en las
escuelas cubanas como parte de las campañas gubernamentales contra la Iglesia
Católica. Una vez más la ideología del pasado contrastaba con los ‘tiempos
nuevos’.
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La serie, con sus
alusiones no siempre fáciles de desentrañar, incomodó a las instituciones
cubanas, posiblemente debido a las representaciones de Castro entre marcas
capitalistas. Todavía hoy, dos décadas después de que fueran creadas, las
pinturas no pueden exhibirse ni en La Habana, ni fuera de Cuba. Además, tampoco
está permitida la comercialización de las obras. La censura golpeaba donde más
pudiera dolerle al artista: la posibilidad de mostrar su trabajo y vender los
lienzos. No obstante, Toirac no fue marginado institucionalmente. Lejos de
esto, un año después fue invitado a participar por primera vez en la Bienal de La
Habana. Posteriormente, en 1998, inauguró la muestra personal Axis Mundi
(Mito y Representación) en el Centro para el Desarrollo de las Artes
Visuales. La prohibición de exponer las pinturas en la isla no impidió que el
artista pudiese divulgarlas en publicaciones foráneas. Los lienzos fueron
reproducidos en el influyente libro Art Cuba: The New Generation, de
Holly Block y en un reportaje de The New York Times. En el año 2011,
Toirac pintó copias de toda la serie y las vendió a un coleccionista de Miami.
La censura dejaba las puertas entreabiertas a la labor de entrepreneur
del artista, mientras contribuía indirectamente a la divulgación de otras obras
suyas. Además, permitía conciliar la aspiración de reducir el impacto social de
las pinturas a nivel nacional, con la conveniencia de aprovechar el atractivo
internacional que despierta el arte contestatario. La política cultural cubana,
aunque más dispuesta a participar en los procesos globales, no deja de
canalizar las necesidades culturales de la población y minimizar, ahora desde
estrategias más sofisticadas, el contenido social de las imágenes artísticas
dentro de las fronteras nacionales.
[1] En Cuba la palabra ‘caballo’ posee
connotaciones machistas, relacionadas con la virilidad, y sirve para designar a
alguien que tiene un desempeño extraordinario en casi cualquier cosa.
[2] El vocablo ‘jinetero’ en el habla
popular cubana designa a un proxeneta o a alguien que ejerce la prostitución
masculina.
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