El deshielo
entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba no cesa de sorprender y no cabe
duda que ha sido posible gracias a la iniciativa –y a las presiones- de la
diplomacia norteamericana. Son los yanquis, tradicionalmente vistos como
arrogantes, los que ceden y conceden –desde la liberación de los cinco espías
hasta la negativa a invitar a los disidentes cubanos a la ceremonia de
izamiento de la bandera en el edificio de la embajada- con tal de apresurar y
estimular el diálogo. Los representantes del gobierno cubano, en cambio, son los
que exigen, los que parecen poner trabas al entendimiento y aletargar las
negociaciones. Esta situación -a primera vista contradictoria si se piensa que
la economía cubana sería la más beneficiada con el restablecimiento de vínculos
diplomáticos y comerciales- hace pensar que el gobierno cubano no percibe la nueva política estadounidense como ninguna concesión, ni como una victoria. La administración Obama se impone, no desde sanciones y posiciones de fuerza, sino desde una especie
de cortejo, de un modo seductor, mientras desde la isla responden a regañadientes, ya sin muchos peros que interponer, porque el olfato político de sus ancianos
dirigentes intuye que no les será sencillo sostenerse en las nuevas
circunstancias.
Estados
Unidos rectifica una política fallida, repudiada por la comunidad
internacional, que favoreció el enquistamiento del régimen de La Habana en la
medida en que permitió justificar la represión económica de la población y culpar
a los Estados Unidos por el progresivo deterioro de la economía nacional. Las
relaciones hostiles entre ambos países también sirvieron para legitimar la
necesidad de un partido único, la falta de libertades cívicas y la imposición
de un orden represivo destinado a obstruir tanto el desarrollo del capital privado
nacional como los espacios políticos de la oposición.
Por lo
pronto, el entendimiento parece poner al gobierno cubano entre la espada y la
pared. Por un lado le resulta difícil no involucrarse en esta nueva política, basada
en gestos corteses, que cuenta con el respaldo internacional, con las simpatías
de gran parte de la población cubana y también, posiblemente, con el entusiasmo
de influyentes grupos de poder en Cuba (la dirigencia política muy bien podría
estar escindida entre los defensores de la vieja política y los partidarios del
emergente diálogo). Por otra parte, –aunque
el canciller Bruno Rodríguez afirme una y otra vez que las diferencias entre
gobiernos no van a resolverse- el acercamiento es un modo de presionar a La
Habana para que haga urgentes aperturas económicas y políticas.
De entrada –y este
es un primer acierto de la política de Obama- los ideólogos de la dictadura se
han visto forzados a atemperar e incluso subvertir sus tiradas antinorteamericanas.
Silvio Rodríguez ha lanzado la frase ‘Cuba sí, yanquis también’ y las banderas estadounidenses
comienzan a ponerse de moda en La Habana, con el beneplácito de las autoridades.
Asistimos a la agonía del discurso antimperialista que definió históricamente al
proyecto iniciado en 1959, y que han sostenido las izquierdas populistas e impopulares de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua. Pero este derrumbe de la retórica
antimperialista -y su consiguiente impacto político sobre los gobiernos
latinoamericanos- es solo el efecto más inmediato y ya perfectamente visible de
las nuevas relaciones entre los países vecinos. No es difícil conjeturar que el
cambio político gestionado por Los Estados Unidos afectará estructuralmente a
la manera de administrar el país. Hasta ahora el gobierno de Raúl Castro ha
realizado reformas que contribuyan a sanear la economía nacional siempre y
cuando no comprometan la estabilidad política del régimen. Son ajustes tímidos
y realizados con cautela porque se trata de un gobierno que se sabe impopular y
frágil. Un gobierno que se siente seriamente amenazado con la posibilidad de que los
ciudadanos hablen en voz alta, aunque solo fuese por un minuto y en la
performance de una artista. Ahora la
clase dirigente, que es esencialmente renuente a los cambios, tendrá que lidiar
con un vecino poderoso, que extiende la mano y ofrece las mil y un tentaciones,
a cambio de atreverse a ensayar políticas menos conservadoras. Las nuevas
relaciones diplomáticas, que parecen anticipar el levantamiento definitivo del
embargo económico, podrían inducir –o hasta obligar- a cambios más acelerados y
que favorezcan el desarrollo del capital privado y la aparición de proyectos y
posiciones políticas alternativas.
Bueno he de decir que tu discurso a mejorado, pero aun escondes papas podridas dentro del ramo de flores introductorio de tu articulo y omites otras papa para evitar que tus flores apesten perdierdan así su perfume.
ResponderEliminarLa primera papa podrida es la siguiente: .
Dices: “Las relaciones hostiles entre ambos países también sirvieron para legitimar la necesidad de un partido único”.
Todos sabemos que esto es una pitrafa; quien conoce la historia verdadera de cuba sabe que Castro intervino las empresas Norteamericana de la isla al comienzo de su revolución y la ración del los EE.UU. era la de esperar. Castro se auto aíslo para perpetuar sus dictadura y para ellos intervino las empresas norteamericanas, fuel al revés, no fue un mecanismo de protección. Castro era comunista y su interino desde siempre fue instalar un gobierno totalitario.
Y la papa escondida: es le tema de la brutal represión que existe en la isla y que aumentado con el acercamiento de los EE.UU. Por que pasaste por alto un hecho que es parte de la nueva realidad cubana y que tiene lugar con la apertura de los EE.UU. hacia el regimen?
Deseas que surgiera la respuesta? Porque no eres capaz de aceptar legitimidad la disidencia cubana y la catalogas de estar al servicio de la derecha de Miami como mismo argumenta el regimen y evitas exponer tus puntos en común con la dictadura.
En fin, haz fingido en tu articulo una aparente neutralidad escondiendo papas podrida en el bolsillo trasero de tu pantalon.
Yo se pensar!