
El seudónimo
El Sexto es una réplica burlona a la hasta hace poco abrumadora propaganda oficialista
sobre ‘Los cinco’ o ‘Los cinco héroes’. Desde su propio nombre artístico, Danilo Maldonado declara sus intenciones de subvertir los
discursos propugnados por el gobierno. Posiblemente pocos artistas que residen
en Cuba hayan logrado incomodar tanto a las instituciones culturales y a los
encargados de mantener el orden. El malestar que provoca su trabajo consiste no
tanto en sus ininterrumpidos signos de inconformidad, como en su empecinamiento
por llevarlos al espacio público. Son signos que traza sobre las paredes, sobre su
propio cuerpo –desde el que exhibe, como transeúnte, un tatuaje con el rostro
del fallecido líder opositor Osvaldo Payá- y más recientemente sobre dos
cerdos, en cuyos lomos escribió los nombres Fidel y Raúl (el artista tenía la idea de soltar a los puerquitos en plena calle).
Semejantes creaciones son, ante todo, críticas institucionales. El Sexto sabe que sus protestas no serán promovidas institucionalmente, sabe que no logrará comercializar su trabajo y que su postura contestataria posiblemente sea menospreciada por otros artistas que basan sus obras en una crítica social a menudo virulenta, pero que –a diferencia de las propuestas de El Sexto- resulta ventajosa para los espacios de distribución del arte controlados por el Estado. Los grafitti de El Sexto, destinados a ser borrados o recubiertos lo antes posible por supuestos simpatizantes del gobierno, lo convierten en un marginal en el escenario artístico habanero, y no me extrañaría que muchos de sus colegas ni siquiera lo vean como un artista, sino más bien como un disidente.
A fines
de diciembre del 2014, la conocida creadora Tania Bruguera viajó a La Habana con la
intención de realizar una performance en La Plaza de la Revolución. Se trataba
de un micrófono abierto donde los participantes tendrían un minuto para
expresar cualquier opinión. La performance no pudo llevarse a cabo. Las
autoridades encarcelaron a Bruguera y a otros ciudadanos que se prestaban a tomar la palabra. Pero, acaso sin proponérselo, la artista realizó la performance en esa misma imposibilidad de ponerlo en práctica,
como un reverso que vendría a evidenciar lo que está prohibido hacer tanto
en el arte cubano como en las calles. De cierta forma la performance estuvo compuesta por el diálogo fallido entre Bruguera y los funcionarios de cultura, por la
respuesta represiva del poder, el distanciamiento y el rechazo de otros
creadores, e incluso por las reacciones de la diáspora cubana, los comentarios en las
redes sociales y en la prensa internacional. La performance mostró que, si bien la artista estaba provista de una notable capacidad para hacerse
escuchar, el ciudadano cubano no tiene posibilidad legal de expresarse públicamente y su voz política no puede divulgarse por ningún lado.
La
performance de El Sexto con su pareja de cerditos no tuvo la misma repercusión. Tampoco pudiera decirse
que se realizó precisamente porque fue bruscamente interrumpida por las
autoridades. Comparado con Bruguera, El Sexto es un Don Nadie. Y como tal
encarna a ese ciudadano a quien no se le autoriza una voz pública, ni siquiera
por un minuto. La idea de que dos cerdos lleven los nombres de Fidel y Raúl en los días de jubileo por el nuevo año, parece seguir la misma lógica que los centenares -o acaso miles- de chistes populares que han circulado entre la población cubana desde los comienzos mismos de la Revolución. La burla popular ha acompañado a la ideología oficial como la sombra a un viajero. Ha sido un humor fecundo y que se renueva constantemente, pero ha sido un humor marginado al ámbito de lo privado.
El Sexto se propuso que su broma se hiciese escuchar en el espacio citadino. Es por eso que paga bien caro la osadía de nombrar dos cerdos como los dos hermanos que han regido los destinos de la nación. Desde fines de diciembre, Bruguera no puede abandonar el país, en espera de las acciones legales que podría tomar el gobierno por su iniciativa de cederle un micrófono a cualquiera que quisiera usarlo. El caso de El Sexto es todavía peor. Está encarcelado desde hace seis o siete semanas. Es decir, cumple anticipadamente una sanción mientras espera que su causa sea llevada a juicio. Si no se tratase de una broma de pésimo gusto, cabría pensar que su nombre artístico terminó por jugarle una mala pasada. El gobierno que reclamaba la libertad para ‘Los cinco’, justificadamente condenados en los Estados Unidos bajo cargos de espionaje, convierte, de forma injustificada, a El Sexto en un recluso.
El Sexto se propuso que su broma se hiciese escuchar en el espacio citadino. Es por eso que paga bien caro la osadía de nombrar dos cerdos como los dos hermanos que han regido los destinos de la nación. Desde fines de diciembre, Bruguera no puede abandonar el país, en espera de las acciones legales que podría tomar el gobierno por su iniciativa de cederle un micrófono a cualquiera que quisiera usarlo. El caso de El Sexto es todavía peor. Está encarcelado desde hace seis o siete semanas. Es decir, cumple anticipadamente una sanción mientras espera que su causa sea llevada a juicio. Si no se tratase de una broma de pésimo gusto, cabría pensar que su nombre artístico terminó por jugarle una mala pasada. El gobierno que reclamaba la libertad para ‘Los cinco’, justificadamente condenados en los Estados Unidos bajo cargos de espionaje, convierte, de forma injustificada, a El Sexto en un recluso.
Desde mediados
de los años ochenta los artistas que han pasado por las prisiones cubanas suelen tener en común el hecho de haber basado su trabajo en la
crítica a los circuitos de distribución del arte. No es lo que dicen las obras, sino
el hecho de pretender decirlo fuera de los salones nacionales, las galerías o las bienales,
lo que las autoridades cubanas encuentran punible. Para el gobierno cubano el
arte crítico es aceptado a condición de que esté aprisionado en los muros de
las instituciones, confinado dentro de los límites de un evento oficial, de gira por
otros países, silenciado por la prensa y
los medios de difusión.
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