Despierta y huele el apocalipsis, dice Slavov Zizek. Es una afirmación sorprendente, si se tiene en cuenta que sucede más bien lo contrario: estamos dormidos porque olemos el apocalipsis por todas partes. La creencia en un futuro aterrador es inherente a la imaginación contemporánea. Necesitamos recibir noticias cada vez más espectaculares sobre un desenlace trágico, que habrá de activarse en un mañana al que nos aproximamos y al que nunca acabamos de llegar. Los polos se derretirán, es inevitable, se nos dice, si bien acontecerá dentro de un siglo. El colapso del sistema monetario también ocurrirá, solo que no ahora; sino a fines de este año. Se avecina un futuro signado por descomunales desastres, carencias de agua, extinsión de especies de animales, ascensos de los niveles del mar y aumento de la temperatura global.
Hace
unas décadas teníamos la amenaza de una guerra nuclear, que se atisbaba en
la carrera armamentista desplegada por sistemas sociales antagónicos. Ahora es mucho peor. En la actualidad estamos expuestos a atentados terroristas de gran magnitud, sea el envenenamiento del agua potable o el estallido de una
bomba nuclear casera en una urbe de Occidente. Asistimos a un agotamiento de
los recursos naturales, a cielos emponzoñados, a sociedades acechadas por la hipervigilancia
y al opresivo poder de una minoría. Las predicciones que leemos en los diarios compiten
con las visiones de esos filmes catastróficos en los que un pequeño grupo de supervivientes
debe enfrentar condiciones de absoluta desolación. Las imágenes mediáticas no
solo proyectan el apocalipsis hacia el futuro, sino también hacia el pasado con
sus reiteradas recreaciones del genocidio nazi y otros dramas humanos. Por si
las evidencias de las ciencias y la historia fuesen insuficientes, la prensa se
encarga de propagar posibles tormentas solares y profecías mayas, además de divulgar teorías conspirativas
que ponen a la humanidad en manos de un inescrupuloso e inexorable grupo de
poder. Los plazos para que se cumplan estos vaticinios son cada vez más breves.
Las catástrofes están, por decirlo así, a la vuelta de la esquina. Estas
noticias son nuestras verdaderas creencias.
No digo que
las predicciones sean infundadas. Ni siquiera dudo que los pronósticos estén
verdaderamente por debajo de los datos que obtienen los investigadores y los
científicos. Solo me limito a observar que nos hemos vuelto adictos a las
visiones de hecatombes futuras, por mucho que estas confirmen los puntos de vista que aporten
nuestras ciencias y nuestros profetas. En esta avidez por imágenes
apocalípticas no somos muy distintos de
los hombres medievales. Y aquí se abre un intersticio que permite la manipulación
de los miedos colectivos, que son ininterrumpidamente validados por las
observaciones científicas, por los economistas y por los sectarismos religiosos.
El
capitalismo nació con imágenes de progreso. Las revoluciones tecnológicas
abrirían horizontes por completo inexplorados, mientras los avances científicos
vendrían a echar por tierra las supercherías y dogmas que prevalecieron en la
Edad Media. En la actualidad esas promesas no han desaparecido. Solo que han perdido la capacidad para convencer, a pesar de que los avances tecnológicos
ocurren con una celeridad sin precedentes. Hoy se ha impuesto la creencia en inminentes
catástrofes globales. ¿Qué veríamos si fuésemos
capaces de separar los hallazgos científicos de las aterradoras imágenes que
nos ofrecen los mass-media? Seguramente un mundo menos angustiado, menos egoísta,
más abierto a la colaboración y más dispuesto a encontrar soluciones inmediatas
para problemas concretos. A primera vista las imágenes apocalípticas son una
crítica a los desmanes cometidos por el capitalismo. La destrucción que se
avecina ha sido la consecuencia de la codicia y la irresponsabilidad del gran
capital. Por eso las imágenes apocalípticas complacen al pensamiento antisistema
y a las izquierdas políticas. Sin embargo, a un nivel más profundo, dichas imágenes contribuyen a propagar el “sálvese quien pueda” que ha sido la
ideología predominante del capitalismo actual y permiten justificar el creciente
deterioro de la ética, al aumento de la desigualdad social y la obsesiva
búsqueda del goce individual por encima del bienestar colectivo.
Yo soy fiel seguidora de Iker Jiménez y su Cuarto Milenio, y de que habrá una tormenta solar, ¡La habrá!...jajaja... Espero que los que tengan que protegernos de los desastres que ella podría causar, estén siempre alerta para evitar la tragedia. Y yo me pregunto, de no ser así, ¿qué me haría yo si me quedara incomunicada en Tarragona o Nueva York (los dos sitios donde vivo)?
ResponderEliminarsi, hace falta que Espana se modernice de una vez y por todas. El programa que mecionas es un buen ejemplo de la mezcla de supersticion con new age.
ResponderEliminarNo quiero entrar en una discusión bizantina. No tengo cómo probarte que España es moderna y el programa de mi admirado Iker es excelente. Es cuestión de gustos. Pero de lo que sí estoy convencida es que has visto más de un Cuarto Milenio y en muchas ocasiones te has quedado impresionado con la seriedad e inteligencia con que Iker trata los temas.
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